La utilización de las sustancias
o métodos prohibidos en el deporte para el incremento del rendimiento
deportivo tiene una grave repercusión en la salud de aquellas personas,
deportistas o aficionados al deporte, que las consumen, en especial, en el
medio y largo plazo. Dependiendo de la naturaleza de la
sustancia utilizada para el dopaje, el deportista puede ser capaz de competir
durante más tiempo, responder más rápido, tolerar mayores cargas de
entrenamiento o aguantar mejor el dolor. Sin embargo, el uso de medicamentos,
incluso el de los más comunes, está asociado con riesgos y potenciales
efectos secundarios. De hecho, cualquier médico, cuando prescribe un
medicamento en el marco de un tratamiento terapéutico, debe comprender la
proporción entre riesgo y beneficio antes de expedir cualquier receta. Por tanto, la utilización de fármacos
al margen de un tratamiento terapéutico y por tanto, fuera de sus indicaciones
autorizadas por las autoridades sanitarias competentes, entraña en sí mismo un
riesgo para la salud del deportista, y más aún, si se tiene en cuenta que en
dopaje se utiliza una combinación de sustancias y métodos en dosis muy
distintas de las autorizadas para los tratamientos médicos para los que ha sido
autorizadas.